domingo, 16 de agosto de 2009

La tiranía del pensamiento irracional

El hombre es una mezcla de racionalidad e irracionalidad. Decimos que un hombre tiene conductas racionales cuando sabe discernir; cuando sabe distinguir entre lo bueno y lo malo; cuando logra dominar sus pasiones más salvajes y agitadas; cuando controla la realidad y su medio circundante en forma adecuada; cuando usa sus conocimientos para interpretar los fenómenos naturales o sociales, que otros, en las mismas circunstancias juzgarían como primeras manifestaciones apocalípticas. Un hombre racional, es un hombre con una sólida cultura, un estudioso con pensamiento científico. Es un hombre que difícilmente se deja manipular por los símbolos de la sociedad de consumo, o por la propaganda comercial, política o religiosa.

Por el contrario, un hombre que actúa en su vida irracionalmente está cargado de prejuicios; tiene estructuras mentales frágiles y vulnerables; con facilidad se impresiona, se sugestiona y se manipula. Sus respuestas son más emotivas, que racionales; más subconscientes que conscientes. Un hombre irracional padece de fobias electrizantes; cualquier alteración en su vida normal o rutinaria lo trastorna y lo conduce al terror o al pánico; por lo general tiene poca capacidad para distinguir la ficción de la realidad; no tiene criterios, ni pensamientos propios, ni una visión del mundo auténtica ni personal. Es un fanático en política, religión, deportes, y en lo que sea. Su bajo grado de escolaridad, su poca capacidad crítica o de raciocinio, lo convierte en presa fácil de los manipuladores, de los que venden esperanzas, promesas y una vida feliz aquí en la tierra como en el cielo.

Pero, más que definiciones académicas, lo importante es saber en qué circunstancias un hombre actúa racionalmente y cuándo irracionalmente. Los ejemplos de conductas irracionales abundan en las historias clínicas de los psiquiatras, lo mismo que en los gabinetes de los científicos de las ciencias sociales. La frecuencia de las conductas irracionales son pasmosas, delirantes, y, a veces, chistosas. Equipos multidisciplinarios compuestos por psiquiatras, sociólogos, antropólogos, lingüistas y publicistas, se dedican con pasión a estudiar los diferentes planos de la conciencia, los laberintos del subconsciente y las aguas profundas del alma humana, para poder manipularnos, y de esa manera convertirnos de ciudadanos conscientes, en insaciables consumidores.

Las técnicas aprendidas por estos analistas motivacionales, aplicadas con éxito en la publicidad comercial, se están poniendo en práctica en el marketing político y religioso, y en todo lo que pueda ser venta de bienes y servicios. Si en publicidad se vende belleza y juventud (valores más que la cosa en sí misma), en la religión se venden esperanzas, alivio y las posibilidades de «detener el sufrimiento», mediante la «oración fuerte». Todo se reduce a la manipulación de la angustia, de la esperanza, de la fe; todo se reduce a la manipulación de los conflictos emocionales, del miedo al castigo divino, de la pérdida del trabajo, de la pobreza, de la sociedad, y de las enfermedades fatales e incurables.

También se manipulan nuestros deseos de poder, nuestros complejos ocultos, los instintos, los deseos reprimidos, las insatisfacciones de la vida, los sueños líquidos y las fantasías sexuales. Los políticos venden promesas, ilusiones, bienestar, cambios sin violencia; y el religioso, con su pedagogía del terror, donde se habla más del infierno que del cielo, vende salvación y gloria eterna. Cuando la esposa del diputado llega a una tienda de Nueva York, y se deslumbra ante el esplendor de las joyas, cosméticos, abrigos, zapatos, artefactos eléctricos, y queda anonadada, y pierde la noción del tiempo, y comienza a comprar sin medida ni clemencia cosas útiles e inútiles; y llena hasta el tope de mercadería sus baúles de conchanácar, no deja de caer en una conducta irracional, al comprar lo que realmente lo ha indicado la voracidad, el instinto, el orgullo, el oportunismo y la tarjeta de crédito.

Nuestro pueblo es susceptible a las conductas irracionales por una serie de factores culturales e históricos. En primer lugar, la mayor parte de la población tiene un bajo nivel cultural. Miles de personas son analfabetas, otro tanto sabe leer y medio escribir, pero no tienen hábitos de lectura. Entre estas personas no existe espíritu crítico, ni técnicas para hacerle resistencia a la manipulación. Las noticias amarillistas mantienen en permanente zozobra a estas personas, porque no saben valorar la fuente de la información, ni buscan otras fuentes alternativas, para comprobar si lo leído o escuchado es cierto. Los cuentos de camino, no hacen sino reforzar los prejuicios, la irracionalidad y el instinto primitivo, entre la gente más humilde del campo.

Cómo no va a reaccionar en forma absurda e irracional, una persona que tiene miedo a perder su trabajo y dejar desprotegida a su familia. Cómo no va a reaccionar en forma absurda una persona que la han educado bajo la pedagogía del terror y el miedo. Cómo no va a reaccionar en forma absurda una persona que ha sufrido el golpe de un terremoto, de una guerra y de una grave crisis de valores. Cómo no va a reaccionar en forma irracional una persona que sufrió un adoctrinamiento político severo e irracional. La irracionalidad ha llevado al despeñadero a individuos y naciones, como en el caso de la Alemania de Hitler, donde el movimiento estaba signado de mesianismos y prejuicios raciales, entre otras desgracias de la calamidad humana.

Para reducir los actos irracionales, lo mejor es elevar el nivel educativo del individuo y la sociedad. Lo mejor es estimular y crear en los estudiantes y en los ciudadanos un espíritu crítico democrático, libre y constructivo. En las escuelas y en la vida social, también convendría desarrollar el diálogo, las discusiones de grupo, del debate, para que los ciudadanos aprendamos a ser tolerantes, a respetar los puntos de vista de los demás, y sobre todo, para reducir los procesos de pensamientos irracionales. En estos períodos de crisis, necesitamos líderes de opinión con pensamientos claros, coherentes y firmes, para contribuir a que la sociedad se organice mejor, que funcione mejor; es decir, sin miedo, sin prejuicios, sin horrores y sin pensamientos fatalistas o apocalípticos.


Fuente: http://archivo.elnuevodiario.com.ni/

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